Para vivir tenemos que respirar, tenemos que inspirar el aire que nos rodea para que nuestro cuerpo extraiga el oxigeno que alimentará cada una de nuestras células y tenemos que expirar los componentes del aire que no necesitamos. Respirar es un proceso vital, mecánico y la mayoría del tiempo autónomo.

Respirar con consciencia, sin exagerar, nos pone en contacto con la vida que está sucediendo en ese momento, con la vida que existe en nosotros. Tomar aire por la nariz, llevarlo hasta el fondo de los pulmones, retenerlo por unos segundos y después dejarlo ir nos lleva a recorrer un proceso que la mayoría del tiempo funciona en automático y que nos mantiene vivos. Cuando seguimos ese proceso con atención y buscamos que ese sea el único ocupante de nuestra mente puede ser que experimentemos lo que es vivir el presente, vivir el momento, apreciar que estamos vivos.

Respirar es un proceso automático, la mayoría del tiempo inconsciente y muchas veces así es como vivimos. Respirando, operando en automático y sin darnos cuenta que es lo que pasa por la mente y que es lo que estamos haciendo.

Tomar el tiempo de reducir la consciencia al nivel de sólo captar nuestro proceso de respiración podría ser una buena manera de aprender a vivir con plena consciencia y con la mente puesta en la historia dinámica del presente, la que sucede enfrente y al rededor de nosotros.

Vivir apreciando cada momento no es nada fácil pues nuestra mente está acostumbrada a la distracción, a crear narrativas del pasado, a dar explicaciones a lo que nos sucede, a crear planes progresistas o de contención, a visualizar alternativas, a reaccionar, a pensar argumentos antes de escuchar lo que alguien tiene que decirnos. De ninguna de estas formas se aprecia el momento. Lo primero que hay que hacer para apreciar el momento es estar presente, tener la mente abierta y los sentidos despiertos y para ello hay que practicar, hay que detenerse una y otra vez a contemplar la propia respiración.