Cuando bebés somos originales pero conforme crecemos nos vamos estandarizando, nos vamos pareciendo cada vez más a las personas con las que convivimos, en nuestra familia y fuera de ella. Esto es porque somos buenos para imitar y adaptarnos. No queremos ser rechazados por nuestro círculo cercano, al contrario, queremos sentirnos amados y que pertenecemos al grupo. Este es un proceso de absorción cultural por el que todos pasamos y si sucede sanamente es benéfico pues con ello aprendemos a ser parte de la sociedad y a valorarla.
Ser miembro de una familia unida que ve por el bien común y de cada uno de sus miembros es una buena plataforma desde donde empezar la vida y a la que regresamos cada vez que nos necesitan o cada vez que podemos ser útiles al grupo, o para celebrar la vida, o simplemente para convivir sin ningún objetivo de por medio.
Queremos pertenecer y por eso copiamos y nos adaptamos pero también llega el momento en que queremos ser nosotros mismos, queremos encontrar los detalles de nuestra individualidad. Somos parte de un grupo, de una sociedad y muchas veces nos diluimos en ella, ya sea voluntaria o involuntariamente. Somos una persona más pero no por ello debemos perder lo que como individuos podemos aportar de manera original. Es un reto aportar al grupo sin perder nuestra originalidad pues la misma cohesión natural que busca la sociedad puede ser una presión fuerte para que dejemos de perseguir lo que como personas queremos lograr que puede ir incluso en contra de las creencias del grupo.
Cada persona tiene la responsabilidad de recuperar su originalidad para que con aportaciones positivas se enriquezca la cultura de la sociedad. Si sólo buscamos pertenecer al grupo sacrificando en el proceso nuestros talentos particulares estaremos inclinando la balanza más hacia la mediocridad que hacia la excelencia.
Códice Moncam