Abrir Ojos
El cerebro es como una lámpara que viene encendida de fábrica.
Apagar la luz en este caso no era una acción insignificante, era simbólica y me tocaba a mi hacerlo. Yo era el encargado de mantenimiento del edificio de una empresa, que por más de cincuenta años había iluminado la vida de millones de personas, con los miles de libros que había publicado a lo largo de ese tiempo. El Sr. Sebastián, hijo del fundador, se había despedido de mi unos momentos antes diciendo, “Manuel, en esta vida todo llega a su fin y en nuestro caso, te toca a ti ser quien apague la luz y cierre el edificio. Por favor checa que todo quede apagado excepto esa lámpara de allá, la que ilumina la foto de mi padre, quiero que al menos en esta última noche que tenemos las llaves, se mantenga iluminado el espíritu de nuestro fundador.”
Más tarde, mientras hacía mi segundo recorrido verificando que todas las computadoras, equipos e iluminación de cada oficina hubieran quedado apagadas, noté una luz que provenía de la oficina del Sr. Sebastián que estaba localizada al final del pasillo. Al irme acercando, una sensación de aprensión empezó en mi estómago y fue subiendo hasta mi garganta, al llegar a la puerta, el terror ya se había ocupado de mi mente y pensé, “no por favor, espero que no haya cometido una tontería.”
Sin tocar abrí la puerta. Lo que vi me tranquilizó por completo. El Sr. Sebastián estaba sentado frente a su escritorio hojeando un libro. Levantó la mirada hacia mi y la luz de la lámpara de su escritorio iluminó su rostro con lo que pude apreciar que reflejaba más que tristeza, una tranquila melancolía.
“¿Que pasa Manuel, viste un fantasma o qué?”
“No, creo que no” — respondí nervioso — “me sorprendió ver esta luz encendida, pensé que ya se había retirado.”
“Si, ya iba llegando a la puerta cuando me acordé de este libro que se me había olvidado y que bueno que regresé por él, es muy especial para mi.”
“Ah muy bien, que bueno, pues ya está todo apagado menos la lámpara que me pidió, lo espero para cerrar, tómese su tiempo.”
“Sabes que Manuel, acércame esas dos copas de allá y siéntate un momento. Necesito tu opinión.”
No era la primera vez que el Sr. Sebastián me pedía mi opinión pero como de costumbre más que dejarme expresarla, lo que en realidad quería es que lo escuchara. Sirvió un par copas de vino tinto de una botella que por mucho tiempo había estado en una de las vitrinas de su oficina. Era la primera vez que tomábamos juntos.
Me dio una copa y sin sentarse comenzó a hablar haciendo una pregunta.
“¿Te acuerdas de los discos de música de 33 RPM, esos que les llamaban también LP y que eran de vinilo?”
No sabía de que hablaba, puse cara de interrogación y subí los hombros.
“Si, mira algo como esto, se acercó a un mueble, abrió la puerta y sacó de ahí un disco negro redondo.”
“Ah si, recuerdo haberlos visto en casa de mis padres cuando era aún un niño pequeño " — contesté al mismo tiempo que surgían del fondo de mi memoria visiones de un aparato negro brillante que ocupaba un lugar prominente en la sala de la casa de mis papás. Luego agregué, “mi papá tenía muchos de ellos y los tocaba en un aparato que no me dejaba acercarme a él.”
El Sr. Sebastián sonrió y acercando el disco hacia mi, dijo, “toma, dime que ves.”
Tomé el disco por las orillas, yo creo por imitación pues eso había visto hacer a mi Papá. Me le quedé viendo, no sabía que decirle.
“No te apresures, obsérvalo pues ese disco de alguna manera representa nuestra industria, los libros cómo objetos, la industria editorial, las librerías, etcétera.”
“¿Qué tiene que ver todo eso con este disco?”
“Piensa Manuel, hay muchas cosas que puedes aprender del objeto que tienes en las manos.”
“Mmmm creo que es el símbolo de la industria de la música que se hizo obsoleta gracias a los CDs.” Aventuré una respuesta.
“Si vas bien, es un símbolo de una forma de distribuir música que dejó de ser valiosa para la mayoría del público.”
“¿Y que ha pasado con los discos compactos o CDs como les llamas?”
“Pues casi desaparecieron con la llegada del Ipod. Aunque ahora también se puede escuchar la música sin descargarse, sólo seleccionas las canciones que quieres escuchar y listo, la magia de Internet se encarga del resto.”
“Así es y en el proceso la industria de la música se ha transformado drásticamente, dejando en el camino a muchas empresas, con ello a sus empleados.”
“Si pero nacieron nuevas empresas y otras se re-inventaron como Apple lo hizo en su momento”, dije pensando en como ahora yo escuchaba música usando mi Ipad y una aplicación llamada Spotify.
“Pero si te fijas la música no desapareció, no se desintegró, más bien encontró nuevas formas de distribuirse que son más efectivas y satisfacen mejor a quien quiere escucharla.”
“Espero que eso también sea mejor para los creadores de las canciones”, dije pensando en lo que estaba experimentando en carne propia.
“Eso es motivo de otra platica, pero dime Manuel, que más ves en el disco que tienes enfrente de ti. Aún queda ver la lección más importante. Trata de describirme el objeto.”
Contemplé el disco que aún tenía entre mis manos y decidí describir lo inmediato, lo que veía tal cual.
“Pues, tiene un agujero al centro, un círculo, el material es de color negro. Tiene unas ranuras concéntricas” — acerqué la lámpara de mano que acostumbraba traer en mi bolsillo del saco e iluminé el disco — “son muchas ranuras.”
“Eso es Manuel, ahí está la clave, en las ranuras, no sólo por que ellas hacen que el disco sea lo que es, una memoria física de unas canciones reproducibles en un tocadiscos, si no que además es una buena metáfora de lo que nos pasa a las personas y empresas. Una vez que hemos establecido en nuestras vidas un patrón de comportamiento, una forma de ser, nos dedicamos a reproducirlo una y otra vez, con lo que solo creamos el mismo resultado una y otra vez. Por un tiempo el resultado que entregamos es bueno, es valioso, pero conforme otras personas o empresas crean algo más valioso, pasamos a ser irrelevantes, unos más pronto que otros, pero al final el que no cambia, es condenado a la obsolescencia.”
“¿Eso fue lo que nos pasó?”, me tocaba preguntar.
“Si Manuel, en los primeros treinta años de esta empresa creamos, por decirlo así, los surcos del disco, una canción tras otra, que la gente compraba, después solo tocamos la misma música por algunos años más y nos convertimos en observadores de otras personas que empezaron a convertir las palabras de los libros en bits que pueden ser manipulados fácilmente por una computadora, están también los que inventaron la tinta electrónica y con ellos los que crearon los lectores digitales y para colmo también se creo la industria editorial personal. Todos eso junto creo un disco nuevo, diferente, innovador, mejor en muchos sentidos a lo que somos, digo éramos pues todo esto combinado con nuestra falta de habilidad para innovar, para pensar diferente nos ha dejado fuera del mercado.”
Estaba claro que el Sr. Sebastián, a quien le gustaba utilizar metáforas para iluminar sus explicaciones, había reflexionado bastante sobre el fracaso de la empresa que había heredado de su padre. Fracaso porqué ese día había sido el último de su operación y yo pensaba que cualquier empresa que cierra por falta de ventas no ha cumplido su misión en la vida.
El Sr. Sebastián aprovechó la pausa en nuestra conversación y relleno mi copa, se sentó en su silla y después de unos minutos, sacó su teléfono, tocó la pantalla y una música suave, clásica comenzó a sonar.
Traté de imaginar un mundo sin libros, sin los objetos hechos de papel que con tanto esmero habíamos producido por tantos años y como no pude crear una imagen mental convincente dije, “no creo que todos los libros tradicionales vayan a desaparecer, no a todo mundo le gusta leer en computadoras, tabletas digitales o en su teléfono.” Tenía que defender la industria a la que aún sentía pertenecer.
“Por fortuna hay gustos para todo y al menos en un futuro cercano no creo que todos los libros de papel desaparezcan, ni todas las librerías, ni tampoco todas las editoriales. Lo que si creo es que van a tener que cambiar, que transformarse en algo que pueda ofrecer un cierto valor complementario a los formatos digitales. Desafortunadamente para nosotros ya es tarde. Nos quedamos más tiempo del necesario tocando las mismas canciones.”
“Es triste”, dije.
“Es triste por que mucha gente que aprecio se quedó sin trabajo y quizá no tengan la capacidad para adaptase a lo nuevo por lo que la posibilidad de que sean contratados en las empresas que ahora llevan la batuta es muy baja”, dijo el Sr. Sebastián y se levantó de la silla con un pequeño brinco como si ésta le hubiera quemado.
Ya de pie, continuó con un nuevo entusiasmo, “por otro lado hay cosas que permanecen, que no se vuelven obsoletas a pesar de miles de innovaciones y la salida al mercado de nuevos productos. Por ejemplo, la música que estás oyendo fue compuesta por Bach, Johann Sebastián Bach quien murió en 1750 y a pesar de todos los años que han pasado desde entonces su obra no se ha vuelto obsoleta y ¿sabes porqué?”, de nuevo las preguntas y esta vez y sin dejarme decir pío respondió el mismo, “porqué Bach era un artista, un maestro consumado, un genio, una persona capaz de crear algo mágico, algo sublime que es bello por sí mismo y que logra atravesar la superficie de las personas para hacer vibrar su corazón, para transportar su espíritu a un estado de éxtasis completo.”
El Sr. Sebastián se detuvo, respiró con profundidad, fijó la mirada en mis ojos y continuó un poco más calmado, “si ya sé, no ha todas las personas les pasa esto, pero es porque no han sido expuestas a la experiencia el tiempo suficiente o a la edad ideal. Esta música te gana una vez que la has escuchado suficientes veces o en el contexto mental adecuado. En fin lo que Bach logró fue hablarle al ser humano universal, en un lenguaje que no usa palabras sino sonidos y silencios. Lo que hicimos aquí, lo que empezó mi padre tuvo mucho valor sí, pero dejó de ser bello, emocionante, dejó de tocarle las fibras a la gente y dejó de ser económico. Es la ley de la vida. No todos podemos crear obras de arte para que permanezcan siendo valiosas por siglos, tendremos suerte si lo hacen por unos cuantos años, que fue nuestro caso. Por eso no estoy triste ni siento que hayamos fracasado, yo creo que mi papá sabía que esto iba a pasar y por eso me dejó este libro para que lo use como herramienta en la siguiente etapa de mi vida”, señaló el libro al que se refería pero no pude ver el titulo ni el autor.
“Mi Padre me dijo”, el Sr. Sebastián tomó asiento y continuó con su monólogo, “algún día puede ser que lo necesites, y cuando llegue el momento, no te preocupes por ningún legado, al final si algo logramos es ser como un ladrillo que es usado para soportar otros, o quizá somos usados como pequeños hombros para soportar gigantes. No se trata de ganar a cualquier costa si no de ganar porque eres el que proporciona el producto o servicio ideal a un precio que la gente está dispuesta a pagar. Mi papá odiaba los monopolios, esas empresas que usan su dinero para corromper al político en turno con el fin de que les ajusten el contexto de su industria a su modo. Cuando ganas así, me decía, lo único que logras es la mediocridad a un alto costo para el mercado, pues matas la innovación. Si, puede ser que hagas mucho dinero en el proceso, incluso que te conviertas, por unos cuantos años, en la persona con más dinero de tu país o quizá del planeta pero en el fondo nunca serás capaz de crear un producto que trascienda tu tiempo y que sea visto por la historia como un transformador positivo de la calidad de vida de la humanidad. Pero en fin, ya estoy divagando.”
Nos quedamos de nuevo en silencio escuchando a Bach, que para ser sincero no era algo que apreciara a la manera del Sr. Sebastián, pero tampoco me disgustaba. Me parecía interesante cómo una misma música puede sonar tan diferente para dos personas. En el caso de Sr. Sebastián, Bach era sublime y en el mío, mmm tal vez aburrido, bueno no aburrido pero sí diferente, en ese momento no podía definirlo. Quizá debía escuchar mucho más veces este tipo de música para poder juzgarla o tomarle gusto, aunque pensándolo bien, la música podría ser como el amor a primera vista, o te gusta de entrada la canción o no, pero tal vez era como un amor que empieza sin uno darse cuenta y va creciendo en el corazón conforme hay contacto. Ahora yo también estaba divagando.
“¿Qué piensa hacer ahora, se va a retirar?”, rompí el silencio aventurando la pregunta que todos en la empresa no nos habíamos atrevido a expresar.
El Sr. Sebastián dejó la copa que acababa de vaciar, se enderezó en la silla, acomodó sus gafas, recargo sus manos juntas en el escritorio y se inclinó hacia adelante, acercando con ello su rostro lo más que pudo al mío.
“Rebotar, mi estimado Manuel, rebotar para crear algo nuevo y mejor de lo que fue Editorial Marquesa”, respondió el Sr. Sebastián fijando su mirada en la mía. Noté que sus ojos brillaban al igual que su cabello cubierto de canas, “y hablando de eso”, continuó, “llegamos al punto del que quería saber tu opinión.”
Sin quitarme la vista directa en mi mirada preguntó, “¿tú crees que el cerebro es una lámpara por encender o una vasija por llenar?”
“¿Qué?” “¿Me repite la pregunta por favor?”, respondí extrañado por el tipo de pregunta y además pensé, creo que voy a necesitar otra copa.
“¿Tú crees que el cerebro es una lámpara por encender o una vasija por llenar?”, el Sr. Sebastián preguntó de nuevo y con lentitud, al parecer había recordado que sólo estaba hablando con un encargado de mantenimiento, un técnico en pañales que aún no era ingeniero y que muy probablemente nunca sería filósofo.
Antes de responder, reflexioné en mi trayectoria educativa, recordé al pequeño niño de primaria que odiaba las tareas, que pasó muchas horas en salones de clases escuchando a sus maestros y maestras, al que le decía su Mamá que estudiara mucho para ser alguien en la vida. Recordé al joven que decidió ser ingeniero porque creía que le gustaban las matemáticas y sobre todo porque había escuchado que la ingeniería era bien pagada. Ya inscrito en la carrera de ingeniería mecánica me encontré que para ganar buen dinero tenía que obtener experiencia y por ello estudiaba y trabajaba.
Con la memoria fresca de mi propia experiencia como alumno contesté la pregunta del Sr. Sebastián con mucha seguridad, “uy, pues yo creo el cerebro es más bien como una vasija que hay que llenar pues a eso vamos a la la escuela, a llenarnos de información, de conocimientos para luego aplicarlos en la vida profesional.”
El Sr. Sebastián se echó para atrás en su silla sin quitarme la mirada de encima y sin siquiera parpadear me dijo, “ya sé hacia donde voy a rebotar. Gracias Manuel ya puedes irte y te deseo que pronto rebotes hacia donde mejor te convenga. Espero te sirvan las cartas de recomendación que te di. Te deseo suerte.”
Cuando Manuel se fue, el Sr. Sebastián sacó de una bolsa de su traje una libreta, la abrió en la página donde en la mañana había copiado una cita que le había llamado la atención:
El cerebro no es un vaso por llenar, sino una lámpara por encender. Plutarco
Leyó la cita de nuevo, sacó una pluma y escribió abajo de ella.
“Disculpa Plutarco y disculpa Manuel pero yo diría que el cerebro es una lámpara que ya viene encendida cuando nacemos y que no hay que apagar nunca en la vida, ni disminuir su intensidad, al contrario hay que aumentar la luz que emite nuestro cerebro usando la curiosidad y la imaginación cómo generadores de energía.
Los circuitos del cerebro se iluminan cuando aprendemos guiados por la curiosidad, por nuestras propias preguntas e inquietudes. Aprender de esta manera es algo natural, viene de fábrica en los seres humanos.
Cuando la luz que emite nuestro cerebro baja de intensidad es porque hemos dejado de escuchar a nuestra intuición, y hemos perdido el deseo por descubrir y aplicar nuestros talentos. Poco a poco nos vamos convirtiendo en una vasija que otros llenan de información y que nos acaba llevando a ser personas estandarizadas en una sociedad conformista.
Voy a rebotar para no volver a dejar ir a tanta gente sin la preparación para enfrentar los cambios naturales del progreso. Te lo debo a ti Manuel y a todos los que nos acabamos de quedar sin este trabajo, sin estar listos para adaptarnos al mundo que todos los días se reinventa.”
Leyó lo que escribió, sonrió y dijo en voz alta dirigiendo su mirada al futuro, “eso es, creo que mi próximo destino no está en llenar vasijas o encender lámparas, sino quizá en abrir ojos, pero eso es algo que tengo que descubrir.”
Escribió en letras grandes, “Yo descubro, Yo aprendo, Yo tengo mi lámpara encendida. Por aquí empiezo a rebotar.”
Se levantó de su escritorio y caminó hacia la salida. Se detuvo enfrente de la vieja oficina de su papá, levantó el libro que llevaba en la mano, cuyo titulo era “El Cultivo de tu Fregonería”, escrito por Enrique Canales, y dijo, “gracias papá por dejarme esta empresa, gracias por darme una pista para saber cuando cerrarla y gracias por tu ejemplo. Hoy se cierra un capítulo de nuestra vida pero mañana abrimos otro, que te dedico a ti con todo mi amor.” Entonces apagó la lámpara que iluminaba el cuadro, pensando que en realidad la luz artificial no era necesaria, al fin de cuentas, el espíritu de su padre iluminaría siempre su vida.
Cerró por última vez la puerta por la que tantas veces entró durante un poco más de tres decenas de años y sin mirar atrás caminó hacia su nueva creación, una que esperaba que fuera algo que permaneciera siendo útil a pesar de los cambios tecnológicos o del paso del tiempo, algo tan universal y permanente como la música de Bach.
Códice Moncam